2010/11/29

De Morrales y Mochilas están llenos los caminos.…

La primera vez que intenté el Camino de Santiago, en el 2006, decidí empezar a caminar en Roncesvalles y hacer el “Camino Francés” clásico.
Viajé a España con mi morral, (mochila), y dentro de ella atesoré todo cuanto pensé que podría ser necesario para esos casi cuarenta días que asumía demoraría en la aventura.
La línea aérea dio fe de cuanto pesaba ese morral: 27 kilogramos.
Al final del segundo día de marcha, nada más llegar a Pamplona, me encontré en las calles con un Hospitalero de la Casa Paderborn ( Albergue regido por Alemanes, al lado del club de natación) quien se condolió por el estado que mostraban este Peregrino y su gran morral. Me guio hasta la Casa y, una vez allí, me pidió autorización para meterse dentro de la mochila y apartar algunas cosas. Desfilamos después por las calles de Pamplona hasta la oficina de correos, para adquirir una caja, de las más grandes, y en ella enviar hasta Santiago lo que él consideraba que estaba de más en la mochila. Después de mucho discutirle acepté enviar unos 14 kilogramos; nuestro Hospitalero no se apartó de mí hasta que no enviamos la caja.
Celebramos el envió con una caña, parecía la celebración de las bodas de oro de algún profeta. Fue todo un acontecimiento. Esa noche no cené. Estaba tan agotado que dormí como lirón. Tal sería el cansancio que llevaba que ni el nombre intercambiamos el posadero y yo.
Pasar de los 27 a los 13 kilos fue una maravilla y, aunque el mal ya estaba hecho, la alegría fue tal que se convirtió en motivación para los siguientes días. Ese Hospitalero me habló de lo superfluo, de la vida y el camino, del camino y la vida, del agobio y de la “carga razonable”, pensamientos que esa noche aparentemente entraron por un oído y se perdieron en el firmamento… pero que, al día siguiente, encontraron eco en el aserradero en que se convirtió mi cerebro cuando, paso a paso, comenzaron a girar las ideas sobre el morral, el peso, las cosas, las personas, los hechos, las ilusiones, la vida...
Escuchamos tantas veces frases y alegatos que aceptamos y colocamos en el baúl de los recuerdos, que no les damos demasiada importancia hasta que de pronto, alguien, o algo, los pone frente a nosotros de una manera tan especial que saltan de ese baúl y de alguna manera se incorporan a nuestra zarabanda.
Tiempo atrás, un muy buen amigo me brindo la posibilidad de asistir a un “Templo ZEN” para meditar y descargar el stress, fue una ocasión muy especial, me dio la oportunidad de intentar aprender a buscar lo que llaman “meditación trascendental” que básicamente es una técnica para concentrarse en cosas especificas desechando lo superfluo que se presenta en el pensamiento. 
Así que salí de Pamplona con el gran dolor de haber enviado 14 kilos de “tesoros invaluables” para mi Camino, cuyo peso no se me hacía necesario, y cuyo valor de aprovechamiento lo estimaba muy alto.
Paso a paso el camino se hacía joven y en mi cerebro esperanzado el tan,tan de los pasos crecía en harmonía con los miles de pensamientos que cada segundo afloraban, buscando se les considerase valiosos y se les tomase en cuenta.
Y fue cuando me di en pensar, aleluya, en que cada uno de ellos mantendría su valor a pesar de que se les apartase un momento en la comparación con otros pensamientos.
Uno de los grandes aforismos de la vida nos dice que no hay que guardar demasiadas cosas en el morral, que hay que ir dejando a la vera del camino todos los odios y rencores, la sed de venganza, los malos deseos, los recuerdos funestos que nos hacen pasar tan malos ratos. Con eso creo que todos estamos de acuerdo. Viviríamos mucho mejor si pudiésemos deslastrarnos de todo cuanto ha sido malo para nosotros.
PERO…
Cuando todo es bueno aparece la malévola comparación, si todo es bueno… hay algo mejor y, si todo es mejor… pues algo no es tan bueno y así sucesivamente…
¿Entendería mi maravillosa chaqueta montañera el porqué me negué a seguirla transportando en esa aventura?
La misma pregunta formulada establece las condiciones de cómo y cuándo pero, en el ínterin, hasta que volvamos a la montaña, ella se sentirá como una de las abandonadas.
En ese juego de estira y encoge, para la chaqueta seria más productivo que su dueño fuese alguien que la viva 365 días al año, por la sencillísima razón de que ambos disfrutarían a plenitud de lo bueno del otro y esa es la razón de la vida en común.
Y si el pensamiento es válido para la chaqueta, también puede ser válido para nosotros, sin importar nuestra muy augusta y egocéntrica vanidad. Cualquiera de nuestras personas conocidas puede, sin empacho alguno, enviarnos a por Santiago, cuando mejor le parezca o, en otros términos, cuando a bien tenga. Y como estamos hablando de pavos y tanto es bueno para el uno como lo es para el otro, pues solo queda apañarse y hacernos los útiles a tiempo completo. Desgraciadamente nada es absoluto y nuestra augusta forma de ser tiene tantas limitaciones que aterra pensar que podamos ser reflejos de la magnanimidad del Creador, tal vez valdría la pena pensar que somos parte de una “camada”, “entrega”, “pedido”, que aun para Él, salió muy cercana al limite de aceptación, rayando en la imperfección.
Entonces, querido portador de la llama divina, le endilgaremos la culpa al Creador y eso nos salvará del remordimiento por las veces que hemos puesto la torta y hemos dejado tristeza y resentimiento en otras personas? 
Recuerdo el Espaleman que hablaba el Hospitalero, y así y todo se empeño en que le entendiese, se gastó su tiempo en tratar de ayudarme, se esforzó, todo el tiempo que estuvimos caminando en la ciudad él portaba el morral de los 27 kilos, Coelho menciona que encontramos Ángeles que ayudan y guían, quisiera pensar que fue uno de ellos, lo cierto es que al levantarme en la mañana no tuve oportunidad ni siquiera de saludarlo, darle las gracias y despedirme.
Afortunado seria yo si alguno de los lectores del blog, en alguna conversación de peregrinos, hablase de este tema y, por suprema coincidencia, este Hospitalero con ganada H mayúscula, escuchase lo que de él comentamos, con la añadidura de que el año siguiente estuve de Hospitalero  y traté de parecerme en mi actuación a lo que él me enseñó durante esa tarde y nochecita.
Libre albedrío, ese fue el regalo del Creador para mantenernos dentro de los limites de la norma.
Errar es de humanos, gracias a Dios.