2013/03/08

7887.- Grañón

Una noche inolvidable (5 y 6 de mayo del 2006)
A veces pasa que, por diversas circunstancias, un rato que pasamos en alguna parte se nos hace imborrable, se queda prendado en las neuronas y nos acompaña marcando distancias con otros sitios y otros momentos, así me pasó un día de mayo en Grañón.
Había estado caminando con unas gemelas con quienes me encariñaba por su extraordinario don de gentes, su bondad, su llanura. Pero ese día, en particular, no sé porqué, nos habíamos distanciado en el camino. Mis tobillos, maltrechos por la cuna que mis pies hacían en los viejos zapatos de marcha, me hacían sufrir una tendinitis. La marcha se me hacía pesada y, para cuando arribamos a Grañón caía ya la tarde y la amenaza de lluvia se hacía cada vez más real.
El pueblo, típico de la zona, no contaba sino con un albergue, adosado a la vieja capilla y lleno del sabor de tradición que se remontaba a los famosos trece frailes que por años hicieron vida clerical en el. Alguna vez se cansaron de pasar trabajos y buscaron otros rumbos, dejando abandonada la capilla y motivando a los parroquianos a buscar un uso productivo del edificio, que a la vez contribuyera a la salud religiosa de los coterráneos.
Nada mejor entonces que apegarse al programa del Camino y ubicarse como uno de los albergues naturales. La vivienda de los frailes fue refaccionada, se mejoraron los servicios, se destinó un área para la eufemística lavandería, se dotó con colchonetas sillas, mesas, etc., y se buscaron Hospitaleros voluntarios para que se encargaran de ofrecer el albergue a los cansados caminantes que por allí aparecieran.
El Hospitalero de turno se llamaba Ernesto y, por la gracia de Dios, nos tocó en suerte. Nada más llegar nos informó de la minucia clásica y trivial de los albergues. Y desde ese momento, milagro, comenzó la diferencia. Ernesto nos sorprendió por su don de gentes, por su capacidad para hacerse entender por personas de diversos idiomas, sin ser políglota, por su manera de fomentar el trabajo en equipo, por sus dotes de líder carismático, por su comprensión de las debilidades de los humanos, por su incansable ánimo y espíritu de colaboración.
Lo primero fue decirnos que en ese albergue no se pagaba nada, que quien quisiera contribuyera colocando los denarios en el cofre que se nos mostraba y que, si es que alguien necesitaba, que tomara lo que estimara conveniente.
Luego se nos indicó que con las colaboraciones se hacía la comida, se disponía de café y jugos y frutas y galletas y que no teníamos cena prevista pero que él estaba totalmente dispuesto a colaborar si es que queríamos cenar todos juntos…
Apareció entonces un caminante que dijo llamarse SALADINO y se ofreció para ser el cocinero del festín que pretendiéramos, alguien habló de Paella, alguien dijo ensalada, alguien dijo vino, alguien más con mente muy práctica dijo de lavar los trastos al terminar y en pocos segundos salieron Ernesto, SALADINO y muchos otros, a comprar los alimentos.
A todas estas, el cielo inclemente se dejo caer sobre nosotros y un señor palo de agua comenzó a tratar de meterse en nuestro albergue. También motivó a que otros caminantes se acercaran al sitio, huyendo de caminar bajo la lluvia.
La música de fondo, música gregoriana, se metía en nuestras mentes y creaba un ambiente magnético y mágico. Quienes hasta ese momento apenas si se cruzaban miradas en el Camino, comenzaron a comunicarse. Todos trataban de ser útiles en la cocina y en cuantas tareas menores se presentaban. La paella comenzó a tomar forma en un recipiente que, por casualidad estrenamos ese día. ¡Qué paella! SALADINO dijo ser de Valencia y se aplicó como para un concurso culinario. Cerca de 80 comensales nos aprestamos a juzgar esa maravilla. Quienes salieron a comprar las vituallas trajeron cuanto pudieron de lo que encontraron en la tiendita del pueblo y alguien, a la puerta de la cocina, se dedico a responder a los caminantes que preguntaban cual debía ser su apoyo para la cena: “Vaya usted a la tienda y tráigase unas tres botellas del vino del pueblo…”
Cuando el Párroco arribó, la paella estaba casi lista y los caminantes ya estábamos en la fase de cantar todos en conjunto. La misa en aquella capilla, con todo el pueblo a nuestro lado, con los truenos repicando y las sombras apenas sometidas por la luz de las bombillas y las velas, dio un giro a nuestra velada. Se escuchaba que cada quien contestaba las oraciones de la misa, en su idioma. La Torre de Babel al unísono…
Y luego, la cena… cuentos de caminantes, risas alegres en medio de la tormenta, una claraboya que se destapa y cientos de manos que se alzan para cerrarla; las naciones unidas en su forma más democrática, ninguna nota discordante. Aplausos para los cocineros, palabras de aliento para Ernesto y su trabajo, solidaridad para quienes hacían el Camino en difíciles condiciones físicas. Seres humanos unidos por un objetivo común derivado de las más diversas motivaciones.
Stefano cantando y Luciano tocando la guitarra, Wil descansando y haciendo fuerzas para el resto del camino. Franceses, Italianos, Daneses, Españoles, Ingleses, Argentinos, Venezolanos, Singapurenses, Croatas, Checos, Eslovenos, Japoneses, Norte americanos, Canadienses, Alemanes, Brasileros, Mexicanos, Australianos, Nueva zelandeses…
Nunca supieron sus naciones cuan elocuentes fueron sus embajadores…
Nunca supieron los embajadores porqué fueron los escogidos para estar esa noche allí…
Nunca supieron que tan honda huella dejaron en quienes fueron sus compañeros de esa noche.
Por algún secreto designio divino esas personas dieron vida a unos instantes de compañía que serán imborrables de sus mentes. Algo los motivó a mantenerse abiertos hacia los demás e hizo que la luz de las velas que tremolaban en la oscura noche pasara a ser menos que innecesaria, pues sus rostros irradiaban tanta alegría y felicidad que llenaban de luz el escenario de la antigua iglesia y casa parroquial.
Pasaban las horas y, a diferencia de todas las demás noches del camino, no había prisa para dormir ni importaba demasiado la continuación del camino a la mañana siguiente. Ni una sola nota discordante en esa noche. Nada disturbó el agradable momento. No hubo dolores ni malos recuerdos. Ni los ronquidos se sintieron esa noche.
Gracias Ernesto. Fuiste el instrumento que ayudó a poner la magia en el ambiente. Sin quererlo estableciste la diferencia para calificar albergues y hospitaleros.
Lastima que mis amigas, acostumbradas a vida de ciudad, no nos acompañaron esa noche, no les caían muy bien las colchonetas en el piso de madera y decidieron seguir a otro pueblo (Redecilla del Camino), sin importar la lluvia, ojalá y hayan tenido la oportunidad de encontrar la noche de felicidad que nosotros disfrutamos.

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