2013/09/10

8149.- Mi transitar por la meditación Zen.-

Trascendencia inevitable.

 

“Temo menos a la oscuridad que a los amigos que no conozco” Nietsche

La vida está llena de momentos de amistad.

Uno de mis amigos, a quien si conocí, observando el estado alterado de mi espíritu, me invitó a una sesión que el llamó vivificadora, donde, sin dudas para él, obtendría herramientas para apaciguar los demonios que pululaban en mi mente.

No me hice de rogar y, ataviado según se me informó, de negro en mi mono de ejercicios, acudí a la cita una hermosa mañana de sábado.

José, mi amigo y amigo de mis padres, me fue aleccionando en el trayecto mañanero: tranquilidad, dejarse conducir, pensar en calma; en resumen, acatar las normas, simples y sencillas del sitio, sin crearme falsas expectativas; debía recordar y mantener presente que solo yo sería el actor y que lo que ocurriese tendría un solo ganador, mi espíritu.
Las personas que nos recibieron me indicaron que el ejercicio mental que practicaríamos es la base para toda una religión, para toda religión, pues esta centrado en el “control” de nuestra mente y que es, en realidad, una actividad muy simple: debíamos dejar que los pensamientos fluyesen en nuestra mente y definir si lo que teníamos en ella en ese momento, era, o no, trivial.
La simpleza del requerimiento golpeó mi mente y traté de acondicionar mi cuerpo al segundo requerimiento, debía adoptar la posición de loto del yoga, me pareció más difícil lo físico que lo mental pues mis coyunturas jamás me han sido fieles en cuanto a extensiones y contracciones.
Me fue explicado que la dificultad en lo físico contribuiría, al menos al principio, a la obtención del objetivo mental.

Colocado en mi puesto, entre una columna de personas, gire a mi izquierda y me enfrenté a lo que sería mi horizonte por los próximos minutos; a unos 60 centímetros de mis ojos la blanca pared parecía invitarme a descansar. La Voz indicó que tomáramos asiento en los cojines asignados y que adoptásemos la posición del loto. Al cabo de algunos segundos de lucha con mis coyunturas estuve listo para acalambrarme hasta la muerte. La Voz indicó que deberíamos tener una posición erguida, tal cual mirábamos la vida desde nuestros reinos, que nuestra respiración debía ser consiente, que debíamos racionalizar cada uno de los dolores o molestias que sintiésemos, sabiendo, claro está, que en la medida en que nos fuésemos acostumbrando a la nueva posición, estas molestias desaparecerían. Fue muy explicita la Voz en cuanto a dormitar, no debíamos hacerlo bajo ninguna circunstancia, debíamos estar plenamente consientes de nuestra respiración, de nuestra postura, de nuestros inconvenientes, de nuestros pensamientos.
Debíamos estar despiertos, tal cual estamos en la vida cuando tenemos control de nuestras acciones.
El ambiente se prestaba para nuestra tarea. El frío matutino, acompañado por una brisa suave acariciaba los cuerpos contraídos en esa nueva posición que detenía el flujo normal de la sangre y hacía que nuestras espaldas estuviesen encabritadas.

La habitación estaba en silencio, solo muy de vez en cuando se escuchaba una respiración honda o una tos molesta.

Las caderas dormidas y los dedos hormigueantes daban clara fe de lo que nos sucedía. Empezamos, empecé, a pensar en el tiempo. Nunca un segundo había sido tan largo. Sentía mi respiración y trataba de seguir el paso del aire por los pulmones, solo me distraía la molestia en las piernas y la sensación de electricidad en las puntas de mis dedos… parecía que resonarían como platillos chinos.

Poco a poco me fui acostumbrando y estuve en condiciones de efectuar la tarea importante del día, pensar en algo que no fuese trivial, cotidiano, obvio.

Comencé a estar consiente de cada uno de los pensamientos que afloraban en mi mente, ya no como parte de mi existencia real, sino como si fuesen de otra persona y solo fuese para mi tarea de indexarlos, etiquetarlos, archivarlos en orden.

Tan pronto este pensamiento se abrió paso en mi mente, una ventana inmensa soltó el pestillo y se replegó contra las paredes del cerebro: Tienes que ordenar y para eso has de establecer una secuencia y una prioridad.

¿Donde he venido a caer? Estoy buscando reposo y solo vengo a trabajar. Nunca he pensado que tengo que ordenar mi mente de esta manera. ¿Que hay de mi vida normal? ¿Donde la pongo?
Está bien, ya estoy aquí y estoy convencido, por la amistad, que esto es valioso y fructífero. Adelante. “El carro tiene problemas eléctricos”… anodino, intrascendente, aunque implique que el carro no se mueva y que me costará un ojo el repararlo… “Tengo hambre”… idiota de mi… la próxima vez te desayunas y preparas, igual que se hace con todo en la vida, planificas, programas, ejecutas.. y a otra cosa… “¿Que hora será?”… bueno… ¿y a que viniste?... ¿a quererte ir sin tratar de cumplir tus objetivos? ¿A justificarte ante el tiempo, por el tiempo? “¿Y que es el tiempo?” a vaina… ¿te vas a poner a filosofar? El tiempo es ese espacio entre estar vivo y estar muerto… aprovéchalo… deja de pensar en tonterías… ya vendrá la hora del café… ya descansaras en algún momento… “¿Y luego qué?”… Luego… o sea que hay un luego y ese luego debo controlarlo, pero no todo está bajo mi control, entonces… ¿que hacer?... Controlar lo que es propiamente mío y establecer canales para sobrevivir en lo que otros controlan. Ajustarme tratando de sobrevivir. “Sobrevivir es una arte”… y tienes toda una vida tratando de sobrevivir, hasta ahora lo has logrado, Dios te ha ayudado y te ha dejado llegar hasta acá. Algo bueno o de valor debes haber hecho que te ha permitido sobrevivir... a lo mejor no fuiste tu quien remó todo el tiempo, a lo mejor compartiste tu vida y solo estuviste pendiente del clima, pero hay un hecho irrefutable en tu vida, has llegado hasta acá. Eso vale… por intrascendente que sea tu vida.
Y con sandeces como estas pasé mi primer día de meditación trascendente…

Aprendí que, aunque me cueste aceptarlo, la mayoría de mis pensamientos son intrascendentes y, para mi, esto significa que vivo una vida tan soberanamente trivial que pasará por debajo de todas las mesas, por los siglos de los siglos, amen.
Pero otras cosas aprendí también. Aprendí que puedo hablar conmigo mismo en diversos tonos, sin ser complaciente, o siéndolo, sin ser profesor, o siéndolo… sin sentirme culpable, o sintiéndome… en resumen, que aprendí que no debo tener miedo de mis propios pensamientos y que estos puedo tratar de hacerlos más productivos, eficientes, y eficaces.
¿Cuantos años estuve viajando por una autopista todos los días, mañana y tarde, 100km de ida y 100km de vuelta?. Tres horas diarias, por años… pensando en pajaritas. De pronto entendí, comprendí, acepté, que había perdido demasiadas horas de mi vida pensando en nada útil.
Mi vida es una larga carretera llena de PENSAMIENTOS PERDIDOS.
Arranque a reír a carcajadas al pensar en que si hubiese cerrado los vidrios del carro, hubiese podido apresar esos pensamientos y de algo hubiesen valido estando allí, apresados en el carro.
Alguien me dijo una vez que yo era especial y único, al igual que cada uno de los elementos que componemos la raza humana, es decir, que si sumamos los pensamientos perdidos por cada uno de estos elementos tendremos una pila inconmensurable que, a lo mejor, nos sirva para alcanzar alturas intelectuales aún mayores a las que el ser humano haya llegado en todo su recorrido como raza.
Recordé a los amigos que me acompañaban a pescar y que jamás aceptaban una segunda invitación, descubrí que no se sentían a gusto consigo mismos y les era muy difícil pasar la noche en silencio, viendo las estrellas y pensando en monologo inacabable. A veces no podemos entendernos porque no buscamos hacerlo. Somos humanos y tenemos fortalezas y debilidades… pero nos cuesta aceptar que nos equivocamos, que metemos la pata, que no somos tan honrados como intentamos que nos crean y a veces hasta dudamos del Creador, porque nos vemos a nosotros mismos y pensamos que Dios no puede habernos hecho a su imagen y semejanza, porque somos muy poca cosa.
No aceptamos que “el libre albedrío”, ese maravilloso regalo que nos diera el Creador, tiene un punto de control que nos limita: “la conciencia”, allí está el punto de equilibrio para nuestra grandiosa mente, lastima que hemos aprendido a dormirla bajo mil disfraces…
Mi viejo maestro decía que no se puede cerrar un capítulo de nada dejándolo en negativo. Un capitulo de un libro, un capitulo en una relación, un capitulo en una vida.
Lo positivo de nuestra vida estriba en que somos capaces, siempre, de buscar ese lado bueno de toda situación, por lastimosa que parezca. Aún en las peores condiciones podemos mantener la fe y ella nos permite vislumbrar el brillo de las posibilidades que aparentemente no existen.

Le doy cada día gracias al Señor por haberme dado la oportunidad de conocer a José, entrañable amigo que me permitió, entre muchas otras cosas, entrar en contacto con esta actividad.
Pueda yo encontrar la forma de propiciar esta verificación de intrascendencia y sea de apoyo para alguien, en algún momento difícil de su vida, amen.

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