2013/06/11

8069.-VIOLIN


Reflexiones -> Un hombre se sentó en una estación del metro en Washington DC y comenzó a tocar el violín, era una fría mañana de enero. Interpretó seis piezas de Bach durante unos 45 minutos. Durante ese tiempo, ya que era hora pico, se calcula que 1.100 personas pasaron por la estación, la mayoría de ellos en su camino al trabajo;
pasaron tres minutos , y un hombre de mediana edad se dio cuenta de que había un músico que tocaba.  Aminoró el paso y se detuvo por unos segundos, y luego se apresuró a cumplir con su horario.
Un minuto más tarde, el violinista recibió su primera dólar de propina: una mujer arrojó el dinero en la caja  sin parar, y siguió caminando.
Unos minutos más tarde, alguien se apoyó contra la pared a escucharle, pero  miró su reloj y comenzó a caminar de nuevo. Es evidente que se le hizo tarde para el trabajo.

El que puso la mayor atención fue un niño de 3 años. Su madre  pasó de largo, se apresuró, pero el chico se detuvo a mirar al violinista. Por último, la madre lo empujó duro, y el niño siguió caminando, volviendo la cabeza todo el tiempo. Esta acción fue repetida por varios otros niños. Todos los padres, sin excepción, los forzaron a seguir adelante.
En los 45 minutos que el músico tocó, sólo 6 personas se detuvieron y permanecieron por un tiempo. Alrededor de 20 le dieron dinero, pero siguieron caminando a su ritmo normal. Se recaudó $ 32. Cuando terminó de tocar y se hizo el silencio, nadie se dio cuenta. Nadie aplaudió, ni hubo ningún reconocimiento.
Nadie lo sabía, pero el violinista era Joshua Bell, uno de los músicos más talentosos del mundo. Había interpretado, solo, una de las piezas más complejas jamás escritas, en un violín  de 3,5 millones de dólares.
Dos días antes de su actuación en el metro, Joshua Bell agotó las entradas en un teatro en Boston, donde los asientos costaban  un promedio de $ 100.
Esta es una historia real. Joshua Bell tocando de incógnito en la estación de metro fue una experiencia organizada  por el diario The Washington Post como parte de un experimento social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de la gente. Las líneas generales fueron los siguientes: en un entorno común a una hora inapropiada: ¿Percibimos la belleza? ¿Nos detenemos a apreciarla? ¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado?
Una de las posibles conclusiones de esta experiencia podría ser:
Si no tenemos un momento para detenernos y escuchar a uno de los mejores músicos del mundo tocando la mejor música jamás escrita, ¿cuántas otras cosas nos estamos perdiendo?
Por: Josh Nonnenmocher



8068.- No disfrutó de su trabajo.-

  • No disfrutó de su esfuerzo

    Jesús es uno de esos hospitaleros que estaba en el camino casi antes que este comenzara a señalarse a los nuevos peregrinos. Había nacido a unos metros de donde discurre el trazado y desde pequeño vio como primero sus abuelos y luego sus padres acogían a los pocos peregrinos que a principios del siglo veinte se aventuraban a transitar por esta ruta.
    Poco a poco el gusanillo del camino también fue entrando en él y cuando se independizó habilitó su casa para que los peregrinos que parecían perdidos en su pueblo tuvieran un lugar en el que resguardarse sobre todo esos días inclementes que suele haber en su tierra.
    Sin saberlo, quizá siguiendo ese sentimiento que tenían los santos protectores del camino se convirtió en hospitalero ya que ofrecía su casa a los que la necesitaban al afrontar una dura etapa y coger fuerzas para esas otras más difíciles que tenían por delante.
    Por eso, cuando estuve una vez con él, pensé que era una oportunidad que no se me volvería a presentar para beber en un pozo inagotable de experiencia y le pedí que me contara alguna de esas historias que había tenido a lo largo de su vida en el camino.
    -Experiencias he tenido muchas – me dijo – son muchos años haciendo lo mismo y cada día ocurren cosas diferentes y no sabría por cual empezar.
    -Pues la primera que le venga a la cabeza – le propuse – no hace falta que sea algo bonito, también puede ser algún hecho que de alguna forma le haya dejado marcado.
    Se quedo pensando unos minutos, como tratando de buscar esa historia original que quien pregunta desea escuchar, pero me dijo que me iba a contar una de las decepciones más grandes que él se había llevado en el camino.
    Hace unos años, estaban tratando de levantar un albergue en un lugar estratégico del camino y solicitaron ayuda a los peregrinos y a los hospitaleros que más se implicaban en estos proyectos.
    Él, que sabía las dificultades que se encuentran al comenzar, cogió unos días libres y se fue a echar una mano en lo que pudiera ser útil. Su experiencia en todo tipo de labores le hacía la persona idónea, lo mismo sabía serrar un tronco que poner unos ladrillos o levantar un encofrado, por lo que ayudó algunos días más de los que inicialmente tenía pensado estar ya que vio que el trabajo era mayor de lo que inicialmente suponía.
    Cuando ya no pudo quedarse más, volvió a su albergue que era su casa, pero antes de marcharse, dejó en la caja que había de los donativos y las colaboraciones para levantar el albergue un buen puñado de billetes de las antiguas pesetas, sería su contribución para que esta obra se convirtiera con el tiempo en una realidad.
    Con el esfuerzo y la ayuda de muchas personas como Jesús, el albergue llegó a ser ese sueño cumplido de quienes habían tenido la idea y con el paso del tiempo llegó a convertirse en un referente del camino en el que estaba ubicado, ya que todos los peregrinos y los hospitaleros que pasaban por el, hablaban de ese embrujo que tenía aquel lugar que solo podía encontrarse en un reducido número de lugares de acogida de los caminos.
    Quiso el destino que un buen día Jesús decidiera hacer un tramo del camino como peregrino, contaba con algunos días libres y pensó en ese camino donde había colaborado con su esfuerzo y aportación a que el albergue se levantara, de esa forma comprobaría el trabajo en el que el tanto colaboró.
    Ese día no pensaba en el camino que estaba recorriendo ni sus sentidos se percataban de lo que la naturaleza le estaba ofreciendo a su paso, solo pensaba en llegar a su albergue. Él, lo consideraba algo suyo y le hacía mucha ilusión pernoctar en el como un peregrino más.
    Cuando llegó al pequeño pueblo, se quedó observando la fachada y el resultado de la obra. Las piedras de sillería sobre las que se había levantado le conferían una robustez muy diferente de la visión que tenía de aquel lugar cuando fue a trabajar y las maderas de roble que eran los pilares y las columnas sobre las que se asentaba el edificio daban la impresión que iban a durar en pie muchos años.
    Después de observar el albergue se dirigió hacia la puerta y la empujó para acceder al interior del local. Le recibió una hospitalera extranjera que solo hablaba algunas palabras en nuestro idioma y al ver entrar al peregrino se dirigió hacia él diciéndole.
    -Lo siento señor, el albergue está completo y no queda ningún sitio libre.
    -Bueno, no se preocupe, no quiero ninguna cama, con un rincón en el que poder tumbarme es suficiente – dijo Jesús.
    -Lo lamento – dijo ella – cuando el albergue se llena ya no puede entrar nadie más.
    -Ni tan siquiera puedo tumbarme en el suelo, yo me arreglo con un poquito de espacio, solo quiero dormir a cubierto – propuso Jesús.
    -Son las normas y cuando se llena ya no entra nadie más.
    Jesús no quiso entrar en detalles ni discutir sobre las normas, pensó en darle una humilde lección de hospitalidad, pero se dio cuanta que sería en vano, ya que cuando se comienzan a imponer las normas sobre el sentido común se llega a perder toda esa esencia y esa magia que encierra la hospitalidad, esa para la que ha sido enseñada la hospitalera antes de hacerse cargo de un albergue.
    Cogió sus cosas y se alejó de aquel lugar que ya le estaba resultando antipático y desconocido. Pensó en los esfuerzos que él había hecho para que ahora aquella hospitalera insensible le echara de un sitio que era más de él que de la encargada de acoger a los peregrinos.
    Como Jesús había convivido unos días con algunas personas del pueblo y mantenía un buen recuerdo de todas ellas, se fue donde un conocido y le pidió permiso para dormir esa noche en una de las cuadras para los animales que tenía a la salida del pueblo.
    El hombre se alegró de volver a verlo y trató que Jesús pasara esa noche en su casa, pero él agradeció la hospitalidad que le ofrecía, esa noche no podía pasarla en otra casa del pueblo, quería que no se le olvidara nunca la falta de delicadeza que tuvo la hospitalera cuando no supo cumplir con ese sagrado deber que da nombre a lo que está haciendo.
    Se fue a la cuadra que tan bien conocía y buscó un rincón apartado en el que no estorbara a los animales que allí había. Cogió de uno de los pesebres unos manojos de paja y los fue extendiendo sobre el suelo y sobre ella colocó su esterilla y se tumbó tapándose con el saco de dormir.
    Esa noche apenas pudo conciliar el sueño, solo pensaba en la labor tan bien hecha que había realizado cuando solicitaron su ayuda y se lamentó de que ineptos hospitaleros fueran designados a estos lugares en los que si actúan como lo hizo la hospitalera, lo único que hacen es estorbar.

    ¿Que pensaran los integrantes de la Asociación, allá en Logroño, de casos como este? ¿Los estarán utilizando como ayuda didáctica? Pelmazos los hay en todas partes y aquí se evidencian de inmediato... Si alguno de mis recuerdos del Camino es memorable, estoy seguro que es el de la noche en Grañón allá en el 2006, mi primera aventura en el Camino... De allí germinó la idea de hacerme Hospitalero Voluntario, el gran orgullo de sentirme parte de este grupo inmenso de voluntarios, de todo el mundo, que todos los días del año están sirviendo a los Peregrinos, sin salvedades por nacionalidades, o por formas de ser, o por incapacidades.
    Problemas que se repiten: el desconocimiento de otros idiomas que hace que muchos de nosotros, por momentos, nos sintamos incapacitados para hacernos entender, sobre todo las primeras veces que estamos al frente de los Albergues... resultado común es el ponerse en guardia, el tratar de cumplir con las reglas que se le han indicado, reglas que a la larga entiende todo el mundo, pues son las mismas en todos los países y en cualquier idioma.