2015/04/03

236233.- Un político "INMOLADO"

La deconstrucción del régimen dictatorial de Venezuela

Por Francisco Suniaga | 23 de noviembre, 2014

La deconstrucción del régimen dictatorial de Venezuela; por Francisco Zuniaga 600
“Estoy preso por haber denunciado a viva voz que en Venezuela no hay democracia, que los poderes públicos han sido secuestrados por una élite corrupta, ineficiente y antidemocrática que ha originado una profunda crisis social, económica y política que hoy sufrimos todos los venezolanos. Estoy preso por haber denunciado que en Venezuela vivimos en una dictadura”.
La afirmación anterior es de Leopoldo López, el líder opositor venezolano encerrado en una cárcel militar de su país, aislado del mundo. Un mundo que no conoce en su plenitud la miserable naturaleza de las fuerzas oscuras que lo encerraron allí. Fuerzas que sin embargo son familiares a todos los humanos porque son las mismas que a lo largo de siglos, con diversos disfraces y en todos los rincones del planeta pero en particular en América Latina, se han empeñado en negar a sus pueblos el derecho a disfrutar de libertades plenas.
Esas fuerzas oscuras, se han ensamblado en Venezuela para establecer, a lo largo de quince años, desde 1999,un régimen que viola de manera abierta los derechos humanos de sus ciudadanos, que ha demolido la institucionalidad democrática del país, ha desolado su economía y ha sumido a la sociedad en su conjunto en la pobreza material y moral. Una auténtica dictadura que ha sido particularmente hábil para disfrazar su condición y ha pretendido aparecer ante el mundo como una democracia que se defiende de una agresión externa e interna. Deconstruir este régimen y mostrar su naturaleza perversa es el propósito de esta nota.
El autoritarismo-caudillismo-militarismo es una vieja enfermedad en Venezuela. Baste decir que desde su independencia en 1811, el país solo ha tenido cuarenta años (1958-1998) de pax democratica. El actual régimen autoritario venezolano es, para comenzar, el producto de la visión política y la megalomanía de un hombre con un gran carisma. Un teniente coronel autor de dos golpes de estado que causaron decenas de muertes y que, no obstante, se presentaba, y logró pasar para muchos, como un “humanista”. Llegó al poder por elecciones libres en diciembre de 1998 y a partir de entonces, con los dólares de una renta petrolera abundante y con muy pocos miramientos republicanos, destruyó la institucionalidad democrática y coartó las libertades públicas hasta postrar a su voluntad a toda una sociedad otrora libre.
Estaba armado del discurso tradicional que integra todos los elementos propios del populismo latinoamericano. Para comenzar, como suerte de referentes históricos básicos, recurrió al“genocidio” de los indígenas por parte de los conquistadores españoles, a la esclavitud de los africanos, a la dominación extranjera en los siglos XIX y XX–en particular a la del imperialismo estadounidense, para él, el único y verdadero responsable de todos nuestros males– y a una particular interpretación de la épica de la guerra de la independencia en Venezuela. Estas premisas básicas del discurso chavista mutaron en una especie de cultura que en las afiebradas mentes de sus seguidores le asignó a este modesto país el papel de eje moral y político de la resistencia planetaria contra el imperialismo estadounidense y el capitalismo. De la misma manera, el chavismo tomó esas premisas como el fundamento de una ética superior que hizo patriotas a los leales al caudillo y traidores a la patria, o“lacayos del imperio”, a sus adversarios.
Parte de la receta discursiva ha consistido en una condena permanente del “capitalismo” y una exaltación del “socialismo”, sin aclarar nada. Lo único novedoso del socialismo de Hugo Chávez era su apellido: bolivariano. El culto a Simón Bolívar,  utilizado por todos los regímenes autoritarios de Venezuela desde 1842 hasta 1958, fue elevado por Hugo Chávez a la categoría de religión integrista. Si bien sumar a Bolívar a su retóricahizo más confuso su discurso (el Libertador fue víctima de sus propias grandes contradicciones),tuvo el beneficio devenezolanizarlopara las masas y con ello se ganó buena parte de sus apoyos.Eso era suficiente para sus propósitos.
Aunque nunca lo dijeran en la fase del asalto al poder, el socialismo marxista era para Chávez y los chavistas, una buena idea que no había funcionado por haber sido víctima de una conspiración  capitalista global y permanente. La inmensa cantidad de dólares –alrededor de un millón de miles de millones– provista por el petróleo desde 1998 hasta el presente sirvió para vender el sueño y ocultar las barbaridades que se cometían en política económica. Gracias a esos recursos, gastados a manos llenas, convencieron a la mayoría –y, para nuestro infortunio, han mantenido las expectativas de muchos– de que en Venezuela, aunque la historia universal enseñe lo contrario, el socialismo, sí es posible. Ahora, cuando el desastre es inocultable y el sueño se volvió pesadilla, recurren, como ha sido siempre el caso, a la represión para mantenerse en el poder.
Los académicos han debatido por años en torno a cómo calificar al régimen venezolano: democracia autoritaria,  neomilitarismo populista, neoautoritarismo competitivo, neoautoritarismo democrático y un largo etcétera. A la hora de los cognomentos, los propios chavistas escogieron el de “Socialismo del siglo XXI”, suficientemente ambiguo como para navegar en todas las aguas. Para los venezolanos que deben lidiar a diario con el desastre económico, las violaciones a sus derechos humanos y a la represión desatada desde comienzos de 2014, el nombre ya no importa, esto que se vive es y se siente como una dictadura.
En su discurrir político, que incluía sendas derrotas a sus dos golpes militares en 1992, Hugo Chávez se encontró con un barco que iba sin brújula desde la invasión soviética a Checoslovaquia: la izquierda ortodoxa venezolana. A la deriva desde aquella primavera de 1968, cuando  se cuadró con Leonid Brezhnev y apoyó la entrada de los tanques a Praga, la izquierda del ADN estalinista–Teodoro Petkoff acuñó para ella el calificativo de “borbónica”, por aquello de que ni olvidan ni aprenden–. Tan perdidos estaban en su trashumar que no vacilaron en aliarse con el más grande enemigo histórico de la democracia y del socialismo en América Latina: un militar golpista. Desde ese momento, por efecto del monopolio que esa izquierda tiene de la moralidad revolucionaria en el continente y más allá de sus confines, los cruentos golpes militares de 1992 pasaron a ser rebeliones de ángeles y el teniente coronel que los encabezó se convirtió en un Ché Guevara mucho más atractivo, virtud de una chequera en dólares con fondos aparentemente infinitos.
Con esa chequera petrolera ha pagado dietas y financiado programas para cientos de intelectuales de izquierda en Europa y América, de esos a quienes les encanta ver en televisión las revoluciones de otros países, aquellas que no afectan sus pensiones de retiro ni su estado de bienestar. Esa fue para Hugo Chávez una gran inversión que le reportó, además de la herencia del discurso izquierdista tradicional, buena prensa y buenas opiniones del estamento intelectual de esa izquierda. Así se aseguró de disfrutar hasta su muerte del mismo cobijo e impunidad moral de la que ha disfrutado Fidel Castro: los suyos no fueron golpes militares y él no era un dictador.
De la izquierda borbónica venezolana, por si fuese ya poco el aporte, han surgido grandes figuras de la “revolución” bolivariana, una auténtica nomenklatura llena de resentimiento y dispuestas a cobrarle alpaís su naufragio histórico. Entre ellos, Jorge Giordani, hombre circunspecto y de actitud monacal, quien dirigió desde 1999 la economía venezolana y es el responsable “técnico” de los programas y políticas económicas del chavismo que han generado el deslave de la economía nacional.
La devastación causada por las alucinaciones económicas de Giordani habría causado en Venezuela una hambruna como las de Corea del Norte, Cuba o de alguno de los países africanos que las han padecido de no haber contado con la renta petrolera. Por lo pronto la deja con una moneda que ha experimentado una devaluación que desafía la racionalidad. En 1999 la tasa de cambio era de 577 bolívares por dólar. Hoy se necesitan aproximandamente 120 mil de aquellos bolívares para comprar el mismo dólar. La inflación acumulada a lo largo de ese mismo período que alcanza al 2.521% –al momento de escribir esta nota la inflación acumulada de los últimos doce meses fue de 62%–, un aparato industrial desmantelado, una agroindustria devastada, una deuda externa de proporciones gigantescas (solo la financiera es de 95.981 millones de dólares) y la quiebra de la industria petrolera (Pdvsa).
El otro factor del régimen chavista es el militar. A lo largo de su historia, los militares venezolanos han conspirado contra todo tipo de regímenes, incluso los propios, los de militares y caudillos. Llegaron al punto de derrocar a Rómulo Gallegos en 1948, no obstante haber sido el primer presidente elegido en elecciones universales –participó incluso el Partido Comunista– directas y secretas en toda nuestra historia y haber sido elegido por abrumadora mayoría, casi el 75% de los votos. Asimismo, durante los cuarenta años del período democrático, 1958-1998, fueron numerosos los alzamientos y conspiraciones. Hugo Chávez, líder de dos golpes en 1992, fue el producto más acabado de esa tradición.
La alianza de los militares con el régimen chavista, publicitada sin ambages por ambos socios como una unión cívico-militar, no tiene, a diferencia de las pasadas dictaduras del Cono Sur, un fundamento ideológico. De hecho movería a risa, de no ser tan ofensivo para el sentir nacional, ver a los generales venezolanos con el pecho lleno de medallas cual sus pares norcoreanos, gritar en los desfiles el mismo “patria, socialismo o muerte” de Fidel Castro. En realidad, la “unión cívico-militar” venezolana tiene su fundamento en los dólares petroleros.
Desde 1999, el régimen chavista ha entregado a militares venezolanos miles de millones de dólares para ejecución de planes sociales y compra de alimentos. Montos  menores cuando se les compara con los destinados a las compras de armamento. Según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres (IISS, por sus siglas en inglés), Venezuela incremento en 12% su adquisición de armamento en 2013. Ese aumento se verificó en buena parte con las compras hechas a Rusia ese año por el orden de los 13.200 millones de dólares. La corrupción que se ha derivado de esas operaciones, que aflora y se ha hecho pública en no pocas oportunidades, es insondable por cuanto el secreto militar, auditable por la ley, ha sido sustituido por una suerte deomertà que lo desnaturaliza.
Otra distorsión importante generada por el chavismo en el estamento militar ha sido la política de ascensos a los grados superiores, manejada para premiar la lealtad con el régimen y no con la Constitución. El pasado 5 de julio ascendieron a generales y almirantes 229 coroneles y capitanes de navío. Con tanto general y almirante sin unidades a su cargo (hay, por ejemplo, más generales de división que divisiones), la participación de los militares en la gestión de gobierno, que ya era importante y copiosa en tiempos de Chávez, se ha multiplicado varias veces bajo el gobierno de Nicolás Maduro.
Los militares activos o retirados ocupan la mayoría de los puestos del gabinete y los más importantes cargos, incluso aquellos vinculados con la economía. La administración pública, las empresas del Estado, Cancillería, las gobernaciones  y las alcaldías están siendo inundadas de profesionales militares, en total se estiman aproximadamente 1.700 profesionales militares activos. Los hombres de armas retirados en posiciones estratégicas del Estado son también numerosos. Un militar retirado preside la Asamblea Nacional y otros ocupan diez de las veintidós gobernaciones de estado del país.
Por esa perversión del dinero y los ascensos (los cuales permiten acceder a más dinero por el manejo de los presupuestos), los militares venezolanos se alejan cada vez más de su condición de cuerpo armado del Estado y se han convertidos en militantes del chavismo en el Gobierno y su partido (Psuv), vale decir en parte mayoritaria de la nomenklatura gobernante. De hecho, en los actos militares los jerarcas declaran sin ambages su adhesión al chavismo en flagrante violación del texto constitucional (Artículo328).
Hay otro elemento fundamental para deconstruir al chavismo y que es propio de los regímenes dictatoriales en cualquier lugar o época: el terror. En la pasada dictadura, la de Marcos Pérez Jiménez, la población venezolana fue aterrorizada por la nefasta Seguridad Nacional, la policía política del régimen. El chavismo, sin dejar de contar con una policía política temible –asesorada y auxiliada por la cubana–, ha sido más sofisticado en sus formas y creó un mecanismo mucho más eficiente y perverso: la yunta con la delincuencia.
Refiere Martin Amis, en su obra Koba el temible, la alianza que el comunismo soviético forjó con los delincuentes que hacían aún más miserable la vida de los adversarios políticos del régimen: losurka. “Individualmente grotescos y colectivamente un ejército mortal, los urka eran degolladores de circo que se dedicaban al juego, el saqueo, la mutilación y la violación”, refiere Martin. Fueron losurka los ejecutores de la política de “saquear a los saqueadores”, por la que los “proletarios” despojaban a “los burgueses”de las propiedades que el Estado no quería o no podía hacerse cargo. De esa escoria surgían los también asesinos que asolaban el gulag (los “pranes” de las cárceles criollas, como se ve, tienen sus precursores).
De la misma manera, el régimen chavista ha forjado una alianza –a veces tácita y en oportunidades expresa– con la delincuencia venezolana. La tácita emana del discurso implícito de la actuación del gobierno, que legitima el despojo de la vida y los bienes de los ciudadanos y se evidencia por la omisión culpable ante la criminalidad. Expresa cuando forma, financia y arma a los “círculos bolivarianos” y/o “los colectivos” para usarlos contra los ciudadanos, como fue evidente en las manifestaciones de comienzos de 2014.
En múltiples ocasiones, Chávez contaba que Fidel Castro le decía que a diferencia de lo que había ocurrido en Cuba, de donde desde los primeros tiempos emigraron masivamente los adversarios de su régimen, en Venezuela la contrarevolución se había quedado, no había huido, que él tenía el enemigo adentro. Pronto descubrió, sin embargo, el aliado que facilitaría la tarea de la limpieza de sus adversarios: los malandros y delincuentes venezolanos, los urkade este país. Un ejército de miles que con garantizada impunidad judicial asola los barrios y urbanizaciones de nuestras ciudades y aterroriza a sus habitantes, forzándolos a vivir bajo un toque de queda y empujándolos al exilio.
Leopoldo López en su escrito de defensa alude a esa situación: “Hoy Venezuela es el país de los índices más altos de inseguridad en Suramérica. Apenas el 2% de los homicidios son resueltos por el MP. Año a año aumentan los homicidios, los secuestros y los delitos en general. A pesar de haber anunciado 14 planes de seguridad, cada año es más violento que el anterior. Durante el 2012 se registraron 21 mil homicidios, durante el 2013 más de 25 mil y para el 2014 se proyecta un aumento de esta cifra”.
La policía solo actúa en aquellos casos cuando la víctima es parte de la nomenklatura gobernante o cuando, como ocurrió con el asesinato de la Miss Venezuela Mónica Spear, se produce mala prensa internacional  –en el plano nacional al Gobierno ya no le importa porque controla casi la totalidad de los medios–. El uso político de la delincuencia se ha hecho cada vez más sofisticado y los delincuentes funcionan como auténticas brigadas de choque. Cuando se producen las manifestaciones de opositores, el Gobierno y su Partido Socialista Unido de Venezuela   –amalgamados, actuando como uno solo– movilizan a sus malandros, a escuadrones de motorizados armados, quienes con absoluta impunidad maltratan, hieren e incluso asesinan a los manifestantes. A eso habría que agregar la acción que a diario ejerce la delincuencia, los urka del régimen chavista actuando por cuenta propia, en la propagación del terror entre los ciudadanos. Esa actividad es en buena parte responsable del éxodo masivo de jóvenes venezolanos, profesionales universitarios en su gran mayoría.
El último componente del régimen chavista ha sido su alianza con el dirigido por Fidel y Raúl Castro. Venezuela es el único país en la historia que ha entregado su soberanía a otro de menor envergadura y complejidad. Amén de las dádivas al régimen “hermano” –la petrolera en primer lugar, equivalente a 110 mil barriles diarios–, los cubanos han sido traídos por cientos de miles para ocupar posiciones a lo largo y ancho del aparato burocrático venezolano. En particular, en las fuerzas armadas para servir de aparato de inteligencia que detecte cualquier asomo de dignidad por parte de oficiales patriotas.
Hay elementos del régimen que aunque subsidiarios revisten importancia, como es la nueva clase empresarial o “boliburguesía”. Un segmento de empresarios jóvenes enriquecidos de manera insólita en estos quince años –principalmente por sus vínculos con la nomenklatura cívica y militar del Gobierno– que han sido unos aliados muy útiles para el manejo de los dineros provenientes de la corrupción. Como ocurrió, por ejemplo, con la tarea de generar lo que el gobierno califica como “la hegemonía comunicacional de la revolución”. Ya no se confiscan medios de comunicación, como hiciera Hugo Chávez con Radio Caracas Televisión. Ahora se recurre a una triangulación por la que, con dinero proveniente del petróleo de todos los venezolanos vía sistema de administración de divisas, empresarios boliburgueses adquieren medios de comunicación independientes, por cifras muy superiores a su valor real, y los convierten en medios de la revolución: Cadena Capriles, Globovisión y El Universal, hasta ahora.
Visto lo anterior, queda claro que cuando Leopoldo López denunció al gobierno de Nicolás Maduro como una dictadura no exageraba ni mentía. De hecho se quedó corto. La comparación de manera simple dejaría de lado que esto va mucho más allá de la vieja y tradicional dictadura militar de América Latina. Esta nueva forma de dictadura, este régimen creado por Hugo Chávez y continuado por Nicolás Maduro puede, como lo ha demostrado cuando la gente ha salido a las calles a manifestar en su contra, ser peor, en tanto que mucho más sofisticado en sus respuestas.
Ahora bien: es un hecho que Leopoldo Lopez es el "único" político Venezolano que se ha INMOLADO... esto no lo soportan ni los comunistas, ni sus propios seguidores, ni los políticos Hispanoparlantes de Europa y America... se ha convertido en una piedra en el zapato pues la figura que se ha creado es demasiado grande para todos ellos. INMOLARSE es algo que no cabe en sus cerebros. No saben como quitar de en medio esa figura...

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